Por: Simple Solutions
Cada vez son más los países que han decidido gravar ciertos productos ultraprocesados y de exigir etiquetas con advertencias sobre el exceso de grasas, sodio y azúcares. Mientras algunos aplauden la medida para reducir la obesidad, la diabetes y otras enfermedades, otros cuestionan su eficacia, pues estas leyes podrían desencadenar el “efecto cobra.”
Este término proviene de una anécdota que se remonta a épocas de la India colonial, según la cual, el gobierno británico, preocupado por el número de cobras venenosas en Delhi, ofreció una recompensa por cobra muerta. La estrategia fue exitosa, pero con el tiempo, algunas personas comenzaron a criar cobras para luego matarlas y cobrar su recompensa. Cuando el gobierno se percató de esto, canceló el programa de recompensas, causando que los criadores liberaran las culebras, lo cual ocasionó que la población de cobras aumentara, agravando el problema inicial.
En el contexto de la ley de impuestos saludables, el efecto cobra se refiere al riesgo potencial de que, en vez de mejorar la salud pública, esta empeore. Esto podría ocurrir si las empresas, en su afán de evitar los impuestos y las etiquetas, reemplazan los ingredientes de sus productos con alternativas no gravadas, pero potencialmente más perjudiciales para la salud. Además, como el impuesto es para los productores, estos podrían decidir no trasladar el sobrecosto a sus productos para no perder ventas, reduciendo la efectividad del impuesto, pues el consumo no se desincentivaría a través de mayores precios.
Este tipo de situaciones abundan no solo en política. En 2016, Wells Fargo anunció que pagaría 185 millones de dólares para resolver una demanda presentada en su contra, admitiendo que sus empleados habían abierto hasta 2 millones de cuentas sin la autorización del cliente durante un período de cinco años, por la presión de cumplir las metas establecidas de ventas cruzadas y ganar los incentivos que podían ascender hasta un 20% de su salario. Este escándalo afectó el precio de la acción y terminó con el despido de casi 5.300 empleados.
En manufactura es habitual encontrar indicadores de productividad que buscan incrementar la producción, para aumentar las ventas y a su vez la utilidad. Pero sucede lo contrario. Por cumplir con las metas, las plantas producen los artículos fáciles de producir, gastando materia prima y ocupando capacidad de producción y almacenamiento, a costa de lo que el mercado realmente desea, afectando las ventas y generando sobrecostos importantes.
Otro ejemplo es cuando las empresas establecen un margen de rentabilidad mínimo para sus negocios. A veces se presentan oportunidades de negocio con un margen porcentual de rentabilidad menor al establecido, pero que aumentarían la utilidad y la rentabilidad de la empresa de forma importante. No obstante, como el negocio no cumple con el porcentaje de rentabilidad esperada, es probable que sea rechazado, sacrificando el propósito del indicador mismo.
Mientras celebramos la buena intención del gobierno con los impuestos saludables como un paso hacia un país más sano, debemos permanecer alerta ante posibles consecuencias no deseadas. Como dijo San Bernardo de Claraval, “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.” Por esta razón es crucial nunca perder de vista el panorama completo y usar la lógica de causa y efecto que proveen los procesos de pensamiento de la Teoría de Restricciones para identificar las ramificaciones negativas de nuestros indicadores y políticas, y así evitar que el remedio sea peor que la enfermedad.