Nassim Taleb en su libro “El Cisne Negro” argumenta que una de las formas para combatir la fragilidad de los sistemas es la “redundancia”. Este término se refiere a la inclusión de componentes adicionales que no son estrictamente necesarios para el funcionamiento de un sistema, como protección ante el fallo de otros componentes.
Un buen ejemplo de redundancia en la naturaleza es el cuerpo humano: tenemos dos ojos, dos pulmones, dos riñones, etc. y cada órgano tiene más capacidad de la necesaria en circunstancias normales. Esto significa que la redundancia funciona como un seguro ante ciertos eventos. Pero esta redundancia no es gratis. Estos elementos adicionales hacen que el cuerpo sea más pesado y consuma más energía para su funcionamiento.
El opuesto de la redundancia es la “optimización”. Desde esta perspectiva es ineficiente cargar dos pulmones o dos riñones, y eliminar uno de ellos reduciría el “costo” del cuerpo al reducir el peso. Sin embargo, esta decisión probablemente conduciría a una muerte segura ante alguna eventualidad (como un accidente de tránsito o alguna enfermedad) que afecte el funcionamiento de alguno de estos órganos.
En nuestra vida personal también es normal y casi que obligatorio incorporar ciertos mecanismos de redundancia. Una póliza de salud por ejemplo nos protege ante ciertas eventualidades, y aunque esta póliza nos cuesta dinero, sabemos que es mejor incurrir en ese costo, así no hayamos usado la póliza en los últimos años. Es más, se podría afirmar que la póliza se paga casi que con el deseo de nunca tener que usarla.
Sin embargo la redundancia en el ámbito operacional es casi nulo pues en la gran mayoría de empresas la optimización es quien manda. De hecho el término mismo de redundancia (o capacidad protectiva como se le conoce dentro de la TOC y DDMRP) no existe; cualquier capacidad por encima de la capacidad estrictamente necesaria es considerada capacidad ociosa y es eliminada. En efecto, los indicadores mismos que usamos para monitorear el desempeño incentivan esta eliminación. El OEE (Overall Equipment Efficiency), el cálculo de los costos estándar y el análisis de su variación, la búsqueda incesante de pronósticos precisos a través de la medición del MAPE son ejemplos de optimización, y la triste realidad es que al igual que en el cuerpo humano, perseguir estos indicadores también conducen a una muerte segura de las organizaciones.