Por: Alejandro Céspedes
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Es 31 de diciembre y falta una hora para que culmine el 2024. La sala está llena de risas, música de fin de año y el humo de la chimenea. Todos parecen estar disfrutando el momento, menos yo. Estoy sentado al borde del sofá, con una hoja en la mano, sintiendo un vacío que el ruido no logra llenar.
Acabo de escribir en la hoja mis propósitos para el 2025. Debería emocionarme, pero al leerlos, me golpea la realización de que son casi los mismos del año pasado. Pero el problema no es que se repitan, sino el temor a que el próximo diciembre esté aquí otra vez, escribiendo las mismas palabras y sintiéndome igual de impotente. No entiendo por qué siempre termino en el mismo lugar.
Y entonces me acuerdo de Finish, un libro de Jon Acuff que empecé hace meses pero que, a pesar del título, nunca terminé. La premisa es bastante sencilla pero poderosa: el problema no es empezar algo, sino terminarlo. Y con este recuerdo, llegan a mi cabeza tres verdades incómodas de las que habla Jon en su libro.
“Si no es perfecto, no sirve.”
Este año me propuse leer todos los días, pero tras fallar tres días consecutivos, simplemente me rendí, sin reconocer que es mejor leer algo que no leer nada.
Acuff sugiere cambiar nuestra perspectiva sobre los errores, y que, en lugar de verlos como algo negativo, debemos verlos como una parte natural del aprendizaje y del crecimiento. Dicho de otra forma, no tenemos que ser perfectos, solo tenemos que seguir avanzando
“Mientras más ambiciosa la meta, mejor.”
A principios de año me propuse leer dos libros al mes, pero empezando marzo, solo había leído uno. Solo ver la lista de los libros pendientes, y la cantidad de páginas de algunos de ellos, me generaba ansiedad.
Por eso Jon propone reducir la meta a la mitad, pues al dividir una meta grande en pasos más pequeños y alcanzables, creamos un ciclo de éxito: alcanzamos algo, nos sentimos bien, y queremos seguir avanzando.
“Tengo tiempo para todo.”
Este año pretendí agregar el hábito de lectura a mi limitada agenda. Con dos hijos pequeños, el trabajo, el deporte, etc., era iluso pensar que no iba a tener que sacrificar nada.
Por esta razón Acuff sugiere de entrada identificar actividades que podemos reducir o eliminar temporalmente para liberar tiempo y podernos enfocar en la nueva iniciativa.
Con estas tres ideas en mente, volteo la hoja y decido seguir las recomendaciones del libro. Es hora de hacer algo diferente.
Desde ya me doy permiso para fallar, pero con el compromiso de no renunciar cuando las cosas no salgan como planeé. Tomo mis propósitos y los divido en hitos más pequeños, y decido qué cosas voy a sacrificar para poder alcanzar mis metas de este año. Menos Instagram y Netflix son las dos candidatas más obvias.
Miro la lista y esta vez es diferente. No siento que me estoy imponiendo una carga, sino que estoy diseñando algo alcanzable. Doblo la hoja y me acerco a la chimenea. La lanzo al fuego y veo cómo las llamas consumen el papel.
Me levanto justo cuando mi familia comienza el conteo regresivo de la medianoche. Me uno a ellos, y al dar las doce, abrazo a todos con una certeza renovada: el 2025 no será perfecto, pero será mejor que el 2024. Y eso es lo único que importa.
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